Raúl Ochoa es un vecino de Tres Cantos. Doctor en Biología. Investigador del Departamento de Ecológía de la Universidad Autónoma de Madrid

Conservar encinares como el del Parque del Este en Tres Cantos contribuirá a reducir los niveles de contaminación del aire procedente de las grandes ciudades y a mitigar el cambio climático

El gobierno de Tres Cantos, ciudad de unos 50.000 habitantes cercana a Madrid, pretende invertir una importante suma de dinero aún por concretar en la construcción de un campo de golf en el Parque del Este, un encinar protegido dentro del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares. Un nuevo atentado contra la naturaleza y los recursos naturales de un municipio en aras del progreso. Y si, efectivamente, sólo es una más de la infinidad de atrocidades ya cometidas contra nuestro patrimonio natural, ¿qué más dará?

Resulta que nuestro estilo de vida tan poco respetuoso con el medio ambiente ya nos ha traído como consecuencias inevitables la contaminación atmosférica y el cambio climático, lo que a su vez ha tenido como consecuencia un aumento dramático de alergias y múltiples afecciones pulmonares, cardiovasculares e incluso neurológicas que ya son causa de más muertes en nuestro país que los accidentes de tráfico o cualquier otra forma de muerte no natural. Por no hablar de las funestas consecuencias de eventos climáticos extremos tales como la sequía o las olas de calor y del gasto que todo esto supone a las arcas públicas de nuestro país. De hecho, la degradación crónica de nuestra salud y la de nuestros ecosistemas como resultado de la contaminación y el cambio climático son dos de los retos principales a los que la humanidad en su conjunto debe enfrentarse desde ya mismo si quiere seguir existiendo sobre la superficie terrestre. La solución es bien obvia: conservar nuestros bosques, dejar todo el carbono almacenado en forma de combustibles fósiles en el suelo y, por supuesto, reducir las emisiones contaminantes.

Y cuando nombro al cambio climático no estoy hablando de oídas o empleando para ello información sesgada extraída de una fuente no acreditada, algo ya tan típico del mundo de la post-verdad en el que tan felizmente nos desenvolvemos a diario. Me refiero a una evidencia apoyada por más del 97% de la comunidad científica experta en clima. Una evidencia a la que ya nos venimos enfrentando calladamente desde hace tiempo en nuestro día a día, pero que, sin embargo, aún nos cuesta aceptar porque eso nos obligaría a replantearnos radicalmente nuestro modo de vida y a cuestionar nuestra particular cosmovisión, tan enfocada en el yo individualista y en el supuesto mérito que justifica nuestro derecho a explotar el planeta a expensas de nosotros mismos, de los nuestros, y de aquellos que, por desgracia, no son tan “afortunados” como nosotros.

También los hay que, pese a aceptar la realidad del cambio climático, aducen que no se puede poner el medioambiente por delante de la economía y del ser humano, so pena de desposeer a las poblaciones locales de sus exiguas fuentes de ingresos o de empleo. ¡Cómo si pudiéramos elegir la realidad del mundo en que vivimos! ¡Hagámoslo en favor del progreso, dicen algunos, que ya vendrá alguien con alguna tecnología milagrosa a salvarnos en el último momento! Es la justificación típica de las grandes multinacionales, de los Donald Trump, de tantos y tantos privilegiados, pero que esconde, sin embargo, la justificación más deleznable del perjuicio de todos, incluidos ellos mismos, por el beneficio instantáneo de unos pocos. La consabida historia.

Por resulta triste ver cómo una vez más, y ya van tres, se está promoviendo por parte del ayuntamiento de Tres Cantos la creación de un campo de golf en un entorno natural de alto valor ecológico. Una zona que, además de servir como espacio verde de recreo para los habitantes de Tres Cantos, funciona a modo de barrera protectora contra la contaminación que procede de Madrid, ayuda a preservar la biodiversidad local, incluida una especie de mariposa, la Zerynthia rumina, presente en el catálogo de especies amenazadas de la Comunidad de Madrid. Y, sí, también funciona, junto con otras zonas aledañas con una vegetación similar, a modo de almacén de carbono, contribuyendo a mitigar el cambio climático. Un carbono que se ha ido acumulando durante largos años en forma de madera de encinas centenarias y en la materia orgánica que forma parte del suelo y que, de ser convertido el encinar en campo de golf, pasará irremediablemente a formar parte de la atmósfera como dióxido de carbono, donde contribuirá con su granito de arena al calentamiento global.

Sin embargo, todavía hay quienes aducen, seguramente desde la ignorancia que supone haber sido educados en una sociedad donde los valores morales y, sobre todo, ecológicos, están bastante trastocados, que este tipo de espacios están desaprovechados y que la única manera de ponerlos en valor es construir campos de golf o similares. Todo ello, faltaría más, bajo la consabida bandera de una supuesta defensa del medioambiente supeditada a la creación de empleo para la población local. Iniciativas hábilmente disfrazadas de demanda ciudadana local, ¡faltaría más! Un argumento descaradamente similar al que las industrias extractivas del carbón, del petróleo y los minerales utilizan cuando explican a las poblaciones locales cómo sus proyectos de esquilmar el patrimonio natural local van a traer prosperidad y empleo a su región, cuando en realidad lo que quieren decir es que van a usar su entorno y sus recursos locales no renovables, en este caso un encinar protegido, como si de un kleenex se trataran, dejando tras su paso sólo los restos de la destrucción. De hecho, un encinar degradado, talando encinas o sin talarlas, jamás volverá a ser un encinar sano en términos de generación de servicios como los comentados anteriormente a escala de tiempo humana.

Pese a lo desalentador de la actitud de muchos de nuestros representantes locales, regionales, nacionales y hasta internacionales, la actual situación de crisis medioambiental a escala global asociada a la destrucción del territorio, la contaminación atmosférica y el cambio climático también pueden tener su parte positiva, pues representan una oportunidad inmejorable para llevar a cabo iniciativas reales que promuevan la justicia social y la movilización ciudadana. Desde la lucha social a nivel local para promover la generación de empleos estables, hasta el compromiso por erradicar la pobreza crónica de amplias zonas del mundo, la acción pasa irremediablemente por buscar alternativas de desarrollo sostenible basadas en energías limpias que inspiren a la ciudadanía en la creencia de que “otro mundo” es posible. Iniciativas ciudadanas que nos alienten a perder el miedo ante un cambio que nos hará indudablemente mejores, más sanos y, a buen seguro, también mucho más felices. Un mundo en el que nuestra relación con nuestro entorno esté basada en una relación de entendimiento y no de explotación y dominación. Un entorno en el que, de nuevo, podamos sentirnos orgullosos de nuestro arraigo, de formar parte de algo más grande y mejor que cada uno de nosotros. Sería el triunfo de la endosimbiosis de Margulis frente a al neodarwinismo clásico del capitalismo feroz, donde la cooperación supera a la competencia como motor evolutivo. Un ejemplo claro y esperanzador de este tipo de iniciativas es la Plataforma “Salvemos el Parque del Este”, que aglutina a asociaciones, partidos políticos y ciudadanos de Tres Cantos en la lucha por conservar este enclave para los tricantinos y, por extensión, para el resto de ciudadanos, humanos y no humanos, con los que compartimos este planeta y a los que, nos guste o no, estamos íntimamente ligados a través de flujos de materia y energía. Al fin y al cabo, nuestra relación con el medioambiente es pura física, y a esa no hay quién se la salte.

Desde aquí animo no sólo a detener la locura que supone construir un campo de golf en un encinar mediterráneo sometido a las limitaciones de agua propias de nuestro clima, sino a que el caso del encinar de Tres Cantos se convierta en un caso paradigmático de actuación ciudadana para conservar un bosque que desemboque en la inversión del dinero local en proyectos que redunden en beneficio de todos.

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